'Son tantos y tan variados -y, al mismo tiempo, tan parecidos- los libros inéditos de Héctor Libertella, y sus originales se encuentran, además, en tan diversas manos, que quizás nunca llegue a compilarse cabalmente ese corpus fantasmal. Sospecho que ese fue su plan. Sospecho que en los últimos tiempos, en sus últimos tiempos, decidió abolir la idea de Obra distribuyendo sus libros inéditos por aquí y por allá en versiones ligeramente distintas, como si se tratara de hrönires, como si hubiera querido desafiar a los cazadores de perlas a zambullirse en las profundidades de una Obra que, como todo deseo digno de ese nombre, siempre está huyendo hacia adelante.Por ejemplo: juro -y hay amigos que me juran que, llegado el caso, también jurarían- que en alguna versión de este libro ocurría aquella escena donde el maratonista que va ganando, cómodo, la carrera, cuando le faltan pocos metros, centímetros para llegar, comienza a correr sin avanzar, a correr en el mismo lugar, a fingir que corre hasta permitir que todos los demás competidores lo rebasen, y sólo cuando está seguro de ser el último, atraviesa la meta. Esta escena alucinada -puesto que no está en este libro donde juro que estaba- y alucinatoria -quiénes, cuántos serían capaces de semejante renuncia- es una cifra de la vida del autor y, al mismo tiempo, uno de los trucos mayores de su proyecto: legar a la posteridad una Obra Incompleta (siempre faltará un inédito que alguien atesora en silencio; siempre habrá, en algún sitio, una nueva versión de la última versión).En cualquier caso, mientras algún albacea organiza ese banquete aleatorio, ya podemos ir haciendo boca con A la santidad del jugador de los juegos de azar, uno de sus platos principales y en el que se exhibe como siempre -pero más que nunca- ese gusto libertelliano por lo abismal: el paño de ruleta (rusa) como un país aislado y un revólver en la sien de Herbert Louis con treinta y seis posibilidades (más el cero y el doble cero) y una sola bala en el tambor; el vaso de whisky del cowboy Bill Flitner como un pedazo de vidrio con la boca abierta; los labios ingleses de un polaco que cantaba tangos en latín... Vidas imaginadas, retratos velados, siluetas del fantasma. ¿Cómo replicar a la infamia universal de la Historia? Inventar historias de santidad es una opción.' Ricardo Strafacce