La primera novela de Vicente Leñero (1933) es un cauce de voces que nos envuelve y nos arrastra al sinsentido; vértigo que se nos presenta en forma de lenguaje; mar de expresiones de dolor y de angustia, mar que ensordece, mar que envuelve; ruptura de la lógica que encuentra su propia voz, su coherencia propia. Leñero nos coloca frente a nosotros mismos y a nuestro lenguaje, sólo para demostrarnos nuestra fragilidad.
Mujer de ojos tan grandes como tristes y cara larga y triste también; pero más tristes los ojos que la cara
Tal vez usted no lo comprenda porque no está acostumbrado a oír hablar de asuntos de conciencia tan íntimos que todos deberíamos olvidar. Pero no se olvidan, compréndalo. Los llevamos dentro, en la sangre, cosidos a la piel, untados como un barniz de mugre a nuestra cáscara.
La quise para que me diera un hijo; fui yo quien se burló de ella, de sus caricias y de sus palabras amorosas pronunciadas con voz más y más queda a medida que transcurre el tiempo, débil voz de mujer enamorada y buena.
Sus manos y mis manos enlazadas en un instante detenido para siempre a pesar de lo que después ocurrió y que transformó nuevamente en fantasía aquellos meses demasiado felices para ser realidad.