Desde hace algún tiempo atrás, debo confesar que de forma constante soy adicto a educarme emocionalmente a través de las reflexiones, pensamientos o razonamientos ajenos; dejando constancia de que mis intenciones iniciales en la idea de Juan Manuel Lillo quedan 'lejos de utilizar el préstamo del saber depositado por gente muy cualificada', si no mas bien 'establecer un intercambio entre la referencia elegida y su aportación'. Ya que me permite, por un lado, no perder la capacidad de pensar (una de las profesiones más difíciles del planeta, junto a la de educar) y por otro 'coleccionar' fuentes de las que poder seguir bebiendo.Las reflexiones llevan inherentes un aprendizaje que aconseja que aún quedan muchas escaleras que subir. Son estimulantes, porque pujan por uno. Sus enseñanzas procuran mantener mis estados emocionales positivos durante el mayor tiempo posible, ¿no consiste en eso la felicidad, el éxito?.Como argumenta Antoni Bolinches, un pensamiento 'aporta grandes ideas en pocas palabras. Nada mejor para alguien que deseaba el máximo aprendizaje con el mínimo esfuerzo', Irene Villa refuerza este sentir 'nos acercan a la realidad perfecta, tienen la responsabilidad de enseñarnos a actuar, a sentir, a vivir. El perfecto refugio, en tiempo de tempestades'. En resumen el poder de la palabra condensada en pildoras del conocimiento.